Como una caída, como un precipicio se sintió aquella lagrima que rodaba, no pasaba nada, no había tristeza, pero aquella lagrima daba la impresión de llevarse consigo todo el peso del cuerpo en una caída inmensa; tan solo era una lagrima rodando por la mejilla iniciada con un golpe y terminada en el borde de un dedo, pero de pronto en ese pequeño momento fue todo lo que necesitaba saber, un instante eterno a solas con su propia inmensidad, un instante de lucidez al borde del precipicio, tan solo un momento en que todo cobró sentido y en el cual la vida le abrió una nueva puerta…, ya no sería una persona demediada, ya no estaría en el umbral del desequilibrio porque había descubierto la cura mágica de toda aquella pequeña desgracia…
Y entonces siguió golpeándose, probando cada día un golpe nuevo, una lagrima nueva, tratando de encontrar la solución de cada problema, de cada dolor, de cada sinsentido, hallando respuestas inmensas en pequeños instantes de dolor…, y fue así que llegó a convertirse en un opulento semidios conocedor de todas las respuestas…, un creador..., y en el ser mas felizmente golpeado de su propio mundo…